Jesús fue clavado en la cruz cerca del mediodía según el evangelio de San Juan. En Mateo 27,45, se lee: “Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó sumida en oscuridad. A eso de las tres, Jesús gritó fuerte: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’ Algunos de los que estaban allí lo oyeron y decían: ‘¡Está llamando a Elías!’”. En ese momento, murió. Su muerte sorprendió hasta a Poncio Pilato, el prefecto romano de Judea, por lo rápida que fue. El lapso de supervivencia generalmente fluctuaba desde cuatro horas hasta cuatro días, sin embargo los soldados romanos podían apresurar la muerte al partirle las piernas debajo de las rodillas al condenado. Así, al tener las piernas rotas, no podían elevarse para respirar y morían de asfixia. Además, el cuerpo de Jesús, para mayor deshonra, estaba desnudo (aunque el sudario de Turín lo muestra con un paño). Pero, sobre todo, estaba destrozado por las torturas que había recibido durante toda la noche anterior, sangraba, y era presa de insectos y aves que podrían haberlo picoteado, defecado y orinado sobre él.
La flagelación de Jesús había producido grandes laceraciones y una importante pérdida de sangre, lo que habría provocado un shock hipovolémico, como se evidencia por el hecho de que Jesús estaba demasiado débil para cargar el patíbulum (el travesaño horizontal de la cruz) y tuvo que ser ayudado. El mayor efecto de la crucifixión era no poder respirar, así que la muerte resultaba básicamente por asfixia y por muchos otros motivos colaterales debido a los castigos recibidos. Para prolongar el proceso de crucifixión, una pequeña viga horizontal se fijaba a mitad del estípite sirviendo así como asiento. El reo, al llegar al lugar de su ejecución, era tirado al suelo sobre sus espaldas con sus brazos extendidos a lo largo del patibulum. Las manos podían ser clavadas o amarradas al travesaño. Y se le solía dar un trago de vino mezclado con mirra como analgésico. Jesús lo pide cuando nos dicen que “tiene sed” y esto nos es narrado en los evangelios de Marcos 15,36, Mateo 27,48, Lucas 23,36 y Juan 19,29-30.
A toda esta flagelación, y el agotamiento propio del castigo recibido, se le sumó una puntada de lanza en su costado. La interpretación médica moderna del evento histórico indica que Jesús estaba muerto cuando fue bajado de la cruz.
Proceso a Jesús
El Jueves Santo termina, en rigor, durante la madrugada del viernes, cuando Jesús fue juzgado por el Sanedrín. Es allí donde comienza el problema de las jurisdicciones para dictar sentencia, nada nuevo bajo el sol. En un gesto teatral, Caifás había rasgado sus vestiduras y vociferado que lo maten… pero una cosa es gritarlo y otra ejecutarlo. Los interrogatorios a los cuales Jesús fue sometido tanto por el Sanedrín como por Poncio Pilatos, por Herodes Antipas (tetrarca de Galilea y Perea) y finalmente de nuevo por Pilatos, se plantean incriminar al reo por delitos religiosos y políticos, pero ninguno se anima a firmar la sentencia.
En medio del proceso a Jesús se producen diversas torturas y burlas por parte de la soldadesca. El sentido de las burlas es también relacionarlo con la realeza y sus símbolos desvirtuados, como ser la coronación de espinas, imposición de un manto de púrpura, una vara, etc.
Los juicios a Jesús constaron de seis eventos: tres en una corte religiosa y tres ante una corte política. Fue juzgado ante Anás -el sumo sacerdote saliente-, Caifás -el sumo sacerdote en funciones- y el Sanedrín. En estos procesos “eclesiásticos” fue acusado de blasfemia por afirmar ser el “hijo de Dios” y el “Mesías”.
Los juicios religiosos ante las autoridades judías mostraron el grado en que los líderes de esa comunidad odiaban a Jesús, porque en los mismos desatendieron muchas de sus propias leyes. Hubieron muchas ilegalidades: ningún juicio debía llevarse a cabo durante alguna celebración -y Jesús fue juzgado durante la Pascua-; cada miembro de la corte debía votar individualmente para condenar o absolver -pero Jesús fue condenado por una gritería de protestas y desaprobación-; ningún juicio debía llevarse a cabo por la noche, -pero este juicio se hizo antes del amanecer-; se debía proporcionar al acusado un “abogado defensor” -pero Jesús no tuvo ninguno-; no debían hacerse preguntas de auto-incriminación al acusado -pero a Jesús se le preguntó si era el Cristo-.
Los juicios ante las autoridades romanas comenzaron con Poncio Pilato después que Jesús había sido golpeado. Los cargos llevados contra él eran muy diferentes a los de sus juicios religiosos, fue acusado de incitar a la gente a una revuelta, prohibiéndole al pueblo pagar impuestos y clamando ser un rey. Pilato no encontró razón para matar a Jesús, así que lo envió a Herodes, quien lo ridiculizó, pero queriendo evitar toda responsabilidad política, lo envió de regreso a Pilato. Este era el último juicio, por lo que Pilato mandó azotar a Jesús, tratando de aplacar la animosidad de los judíos. Acá aparecerán escenas que tendrán muchísima relevancia iconográfica: la flagelación de Cristo atado a la columna, la coronación de espinas y la culminación con el llamado “Ecce homo” que en castellano sería “acá está la persona” en un esfuerzo final por soltar a Jesús, aunque los evangelios alteran el orden de estos hechos.
Jesús ya estaba totalmente desfigurado a causa de los golpes, entonces Pilato ofreció que el prisionero Barrabás fuera crucificado y Jesús liberado, pero fue en vano. La turba gritó que Barrabás fuera liberado y Jesús crucificado, porque “él se dice rey y no tenemos otro rey que el César”. Pilato les concedió su demanda y entregó a Jesús. Pero antes hizo otro de los gestos que quedarán en la historia: se lavará las manos de la sangre que él mismo mandó a derramar. Por lo tanto, quien sentenció a muerte a Jesús fue el gobernador representante de Roma y conforme al derecho romano, y no los judíos.
La pena de muerte en aquel momento podía ser por el “crimen laesae maiestatis populi Romani”, que es el que se comete contra el pueblo o contra su seguridad. También eran condenados a muerte los que provocaran sedición o tumulto incitando al pueblo. O quienes cometieran “perduellio” que es un ataque grave al imperio. Aunque ninguno de estos delitos fueron plenamente probados en la persona de Jesús. Los judíos acusaron y presionaron y los romanos sentenciaron y crucificaron. Poncio Pilato podría haberlo salvado y no lo hizo.
Jesús muere por causas políticas y no religiosas. Era subversivo, en el pleno uso que la terminología otorga al vocablo: pretendía alterar el orden social o destruir la estabilidad política de un país.
El Calvario
Y saldrá Jesús para ser crucificado aproximadamente cerca de la localización de la antigua fortaleza Antonia, dirigiéndose hacia el Oeste a través de la ciudad antigua hacia el monte del Gólgota.
Irá junto a dos condenados que, contra la creencia popular, no eran ladrones. En sus Evangelios, Marcos y Mateo dicen que eran “bandidos”, en griego: “lestés”. Lucas los llama “malhechores” en griego “kakúrgos”. Y Juan solo habla de “otros dos”, sin más explicaciones. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban únicamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales y a los subversivos, no a los ladrones. Es decir que podrían haber sido un tipo de agitadores políticos contra el gobierno de Roma, representado por Poncio Pilato.
La cruz que cargó Jesús hasta el lugar de su ejecución ¿es como la hemos visto en infinidad de pinturas y esculturas? No. Son todas licencias artísticas.
La apócrifa “epístola de Bernabé” -de autor cristiano desconocido-, escrita a inicios del siglo II, describe la cruz como semejante a la letra T. Justino mártir, Ireneo de Lyon y Tertuliano nos indican también que era con forma de T. El “grafito de Alexámenos” -un grafiti encontrado en un muro en el monte Palatino en Roma- es la representación de un hombre crucificado con cabeza de burro y de otro hombre que le adora. La mayoría de los estudiosos lo interpretan como burla anticristiana y también es una T. Y en el 432, la crucifixión es representada en forma de T en la puerta de madera de la basílica de santa Sabina en Roma. Mateo, Marco, Lucas y Juan narran su propia versión de los hechos pero apenas aportan detalles sobre la forma en que se ejecutó la pena:
“Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron”. (Mateo 27:35).
“Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno”. (Marcos 15:25).
“Cuando llegaron al lugar llamado ‘del Cráneo’, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda”. (Lucas 23:33).
“Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio”. (Juan 19:18).
William Edwards, Wesley Gabel y Floyd Hosmer, en sus estudios, nos relatan que el condenado usualmente iba desnudo, a menos que fuera prohibido por las costumbres locales. Debido a que la cruz pesaba más 136 kilos, sólo se llevaba el travesaño horizontal llamado “patíbulum”, que pesaba entre 34 a 57 kilos, era colocado sobre la nuca de la víctima y se balanceaba sobre sus dos hombros. El palo horizontal -“estípete”- estaba clavado en el lugar de la ejecución. Usualmente se ataban los brazos extendidos al travesaño. El recorrido al lugar de la crucifixión era precedido por una guardia romana completa, comandada por un centurión. Uno de los soldados cargaba un letrero -el “titulus”- en el cual se exhibía el nombre y el crimen del condenado. En este caso sería el famoso I.N.R.I. Al respecto leemos en Juan 19:20 “Pilato redactó una inscripción que decía: ‘Jesús el Nazareno, rey de los judíos’, y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego”. El titulus era colocado sobre la cruz o colgado del cuello del reo cuando llegaban al lugar de la ejecución.
El entierro
En la ejecución también está presente José, “un hombre rico” de la ciudad de Arimatea y miembro respetado del Sanedrín. En uno de los Evangelios José de Arimatea no aparece descrito como uno de los seguidores de Jesús, sino como un judío piadoso que desea asegurarse que su cadáver sea enterrado de acuerdo con la ley judía, que no permite que se les deje expuestos de noche. En el Evangelio de Marcos, José de Arimatea se limita a cumplir con los requisitos mínimos de la ley judía, envolviendo el cuerpo en un paño. Y en el Evangelio de Juan nos los describe como discípulo y le da a Jesús un entierro honorable en cuyo proceso es asistido por Nicodemo, quien compra una mixtura de mirra y aloe, aromas propios del ropaje de los entierros según la costumbre judía de la época (Mateo 27:57). Se dice de él que es “un hombre bueno y justo” que espera el Reino de Dios y “un discípulo de Jesús, aunque en secreto” porque les tiene miedo a los judíos. De hecho, él no apoyó la decisión del tribunal que juzgó a Jesús (Lucas 23:50, Marcos 15:43 y Juan 19:38). En esta ocasión, José se arma de valor y le pide a Pilato el cuerpo, que pesaba en ese momento más o menos 33 kilos. La fragancia de las especias podría contrarrestar el mal olor y retrasar la descomposición. La gran cantidad de especias muestra que Nicodemo debe haber sido un hombre muy rico dado que eran generalmente importadas y muy caras.
Ya en la tumba José y Nicodemo pusieron el cuerpo de Jesús en una losa y “y lo envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas” a la manera de los Judíos de la época de Jesús (Juan 19:40), que simplemente lavaban el cuerpo, la ungían con aceite, y lo envolvían con las vendas llenas de especias. Sólo la cabeza se deja libre para ser cubierta con un paño especial después de que el cuerpo estaba en la tumba. El rostro estaba envuelto en paños separados.
Hacen rodar una gran roca, la sellan. Y así quedó Jesús en el sepulcro.